martes, 18 de agosto de 2009

ALMUGÁVARES VIA SUS

En breve será editada la nueva obra, un ensayo histórico sobre los almugávares, de Chusé Bolea. "ALMUGÁVARES VÍA SUS"
Y ahora en exclusiva, uno de sus capítulos.


Continúa la devastación de Tracia

Aragoneses y catalanes seguían comportándose como señores absolutos de las tierras que iban desde las llanuras del río Hebrus hasta Apros, de la península de Galípoli y del rico territorio que se extendía desde ésta hasta la mismísima capital del imperio, así como de buena parte de las islas del Egeo que daban entrada al mar de Mármara y al mar Negro. Campaban a su antojo saqueando y robando todo aquello que encontraban, regresando después a su fortaleza de Galípoli en donde se habían hecho fuertes. Pero mientras los almugávares arrasaban el centro del imperio, un nuevo problema surgió para la corte de Constantinopla en las tierras del Este. Los alanos, que les habían abandonado justo en su peor momento, en mitad de la que debería haber sido la batalla definitiva para los griegos, se dedicaban ahora, una vez liberados de toda vinculación política o militar con ellos, a asolar los territorios más occidentales. Del mismo modo que los ejércitos bizantinos bajo el mando de Andrónico se veían incapaces de frenar a los aragoneses y catalanes, las debilitadas y desmoralizadas fuerzas de Miguel IX tampoco podían ni siquiera plantearse un intento de resistir frente a los alanos. Así pues, éstos dejaron un rastro de destrucción y miseria en el camino que habían iniciado de regreso a su patria, más allá de la frontera del Norte. Andrónico, desbordado por los graves acontecimientos que se sucedían sin darle respiro, no tuvo más remedio que humillarse de nuevo y enviar a uno de sus oficiales a rogar, por un lado a los alanos que reconsiderasen su decisión de marcharse a su país, y por otra parte, a pedir a los turcoples que se tranquilizasen y que siguiesen confiando en la generosidad del imperio. El elegido para esta misión fue Cutzimpaxis, un oficial alano que había combatido junto a sus compatriotas bajo las órdenes de Nostongos, y que además había sido en alguna ocasión embajador de los griegos ante el jefe de los turcoples, Tuctaïs. Cutzimpaxis poco pudo hacer, ya que tanto alanos como turcoples tenían tomada su decisión, de tal modo que el embajador de Andrónico solamente fue capaz de transmitirle ánimos a Miguel y de dirigir un reducido número de soldados que a duras penas intentaban poner algo de orden en los arruinados campos griegos. Bizancio era un inmenso cuerpo moribundo y su capital, Constantinopla, el centro sobre el que se agolpaban los ansiosos buitres. Los genoveses, con su alma de mercaderes siempre al acecho, continuaron exprimiendo y aprovechándose del desesperado Andrónico. Éste les había suplicado de nuevo que pusiesen a su servicio la parte de la flota que todavía mantenían en aguas del mar Negro. De las trece grandes naves de guerra con las que llegaron los genoveses, quedaban en ese momento once de ellas ancladas a puerto, ya que habían enviado dos para escoltar a Entença hasta su prisión en Génova. No sabemos cual fue el precio total que los genoveses demandaron al emperador para prestarle la armada, pero tuvo que ser muy alto ya que a cambio de los seis mil ecus que podía pagarles sólo le ofrecieron dos galeras. El resto, cuyo precio no pudo pagar, permanecerían amarradas a puerto sin participar en la guerra, pero a la vista de los mercenarios para infundirles temor. Sucedió entonces un hecho que marcó profundamente la leyenda de los almugávares y de su espíritu irredento. Sorprende que en este caso no es Muntaner quien nos habla de la valentía de sus compañeros sino el griego Paquimeres quien, a pesar del odio que le habían producido éstos en su más profundo fuero interno, se ve obligado a ensalzar el arrojo y el alto grado de honor que los mercenarios conservaron en todo momento, aún encontrándose en situaciones dramáticas. Al parecer las noticias sobre la derrota del co-emperador Miguel en Apros y la brillante victoria de los aragoneses y catalanes se extendieron como la pólvora por todo el país. Pronto debieron llegar a Andrinópolis, en donde quizás se refugió Miguel en su huída. El pánico se apoderó de sus habitantes, a los cuales les habían convencido de que aquella iba a ser la batalla en la que los griegos acabarían de una vez por todas con la Compañía. Después del asesinato de Roger, asegura Paquimeres que habían quedado prisioneros en Andrinópolis seiscientos almugávares507. Cuando los presos, sin saber de que modo, supieron del triunfo de sus compañeros, recuperaron el ánimo y se levantaron contra sus captores. Después de atacar por sorpresa a los carceleros, lograron romper sus cadenas y se encaramaron a lo alto de la torre en la que se encontraban encerrados. Rodeados completamente por los guardianes, comenzaron a arrojar desde arriba todo lo que tenían a mano: piedras, maderas, hierros… mientras los griegos, abajo en la puerta, intentaban asaltar la fortaleza, al tiempo que hacían lo que podían por evitar el impacto de los proyectiles arrojados por los amotinados. Los ciudadanos de Andrinópolis, en cuanto supieron de la rebelión, acudieron en masa para ayudar a sus soldados y reducir a los rebeldes. El odio acumulado hacia los extranjeros durante meses, en especial después de la dolorosa derrota sufrida en Apros, explotó y miles de griegos se echaron a las calles reclamando venganza y castigo para los almugávares. Los refuerzos hicieron que se decantase claramente la lucha y la mayor parte de los sublevados se vieron obligados a rendirse. Sin embargo, un pequeño grupo tomó la determinación de pelear hasta la muerte y de no dejarse caer de nuevo en manos de sus captores. Los bizantinos que se encontraban en la calle decidieron poner fin a aquella resistencia. Amontonaron pilas de madera alrededor de la fortificación y las prendieron fuego. El torreón ardió rápidamente y las llamas se propagaron a través de sus vigas de madera, de manera que en pocos minutos parecía una gigantesta antorcha. Los almugávares vieron que, ahora sí, su final estaba cercano. Intentaron apagar el fuego con todo lo que tenían a su alrededor, incluso arrojando sus ropas, pero sus esfuerzos eran inútiles. Al fin, agotados, comprendieron que ya nada podían hacer para evitar su muerte, “se abrazaron para darse el último adios, se santiguaron con la señal de la cruz, y se lanzaron todos desnudos al medio de las llamas. Dos hermanos, que lo eran más de espíritu que de sangre, se abrazaron muy estrechamente, se lanzaron al vacío, y murieron en la caída”508. Antes de este trágico desenlace, los últimos aragoneses y catalanes que estaban a punto de saltar vieron como uno de sus compañeros, de poca edad, dudaba y estaba a punto de rendirse a los griegos por el miedo a la muerte. Con la absoluta convicción de que era lo que debían de hacer, agarraron al muchacho entre varios y lo lanzaron ellos mismos a las llamas. Acto seguido se arrojaron ellos. Paquimeres ve en este desesperado gesto la más profunda naturaleza de sus enemigos, la cual es capaz de cometer los más horribles crímenes contra la población inocente, pero que al mismo tiempo poseían unos valores y una ética sobre el honor y la dignidad inquebrantables, ni siquiera ante la evidencia de la muerte. En otro plano de cosas, la victoria de la Compañía frente a los griegos alteró en cierto modo la política internacional de los países occidentales. Los reyes de la corona aragonesa seguían con excitación los asuntos de Grecia y preparaban en secreto planes para aprovechar la posición privilegiada que los mercenarios habían logrado en las últimas semanas. Pero no eran los únicos que vieron en este triunfo una posibilidad para defender sus intereses en Oriente. Una parte de la jerarquía de la Iglesia Romana que se había mostrado tradicionalmente beligerante con el imperio bizantino y con la que consideraban cismática religión griega, emplearon el auge de los almugávares para levantar de nuevo la bandera de las cruzadas. El ejemplo de aquellos cristianos fieles a Roma que habían derrotado a los “degenerados griegos”509, como los denominaban algunos altos clérigos católicos, debía de mover al resto de súbditos del Papa y de la verdadera fe a iniciar una cruzada que tendría como objetivo, no la reconquista de Tierra Santa, sino el castigo y la aniquilación de Bizancio. Por fortuna para los griegos, que seguramente no habrían resistido un ataque de estas características, las naciones latinas no llegaron a un acuerdo al respecto, y el papado, al comprobar la falta de apoyos, abandonó por el momento la idea. Parecía que los malos tiempos habían pasado para la Compañía. Ahora se dedicaban a recorrer las tierras desde Galípoli hasta las puertas de Constantinopla, tomando todo lo que querían. Las ricas huertas griegas les proveían de víveres, las aldeas eran saqueadas y sus ganados robados, y quienes todavía habitaban allí eran usados como esclavos, sirvientes y sus mujeres destinadas a la satisfacción sexual de los almugávares. No obstante, este control no era ni mucho menos total. Dominaban a placer los campos y las pequeñas poblaciones, pero como siempre les había sucedido desde su llegada a Grecia, las ciudades importantes, aunque no sin un enorme esfuerzo por parte de sus defensores, se resistían a ser ocupadas. Las fuertes fortificaciones y las murallas de las ciudades bizantinas impedían sistemáticamente que la hueste de aragoneses y catalanes pudiesen conquistarlas, debido a que su principal potencial era la lucha en campo abierto o en emboscadas, pero no estaban preparados para mantener con firmeza el sitio de una plaza que estuviese bien guarnecida y aprovisionada de víveres. No contaban con ingenios de asalto capaces de derribar o de salvar una muralla, ni tampoco tenían la experiencia necesaria a la hora de planificar estos ataques. De hecho, el lugar que ahora empleaban como base de operaciones, el castillo de Galípoli, no lo conquistaron por la fuerza sino que sería el propio emperador quien los había instalado allí y sería posterioremente cuando decidirían apoderarse de él. Por supuesto que estas carencias no les impidieron tomar algunas poblaciones importantes, aunque siempre de manera temporal. Ellos conocían perfectamente sus limitaciones, y sabían que un asedio a una ciudad amurallada era un reto del que quizás no saldrían bien parados, de manera que evitaban ese tipo de asaltos siempre que era posible. Muntaner se limita durante este período a relatar los éxitos de sus compañeros, pero no menciona nada de los logrados por los griegos a pesar de su precario estado militar y político. Afortunadamente, Paquimeres sí lo hace y con bastante detalle. Además el cronista griego nos dará una visión distinta de los acontecimientos que sucederían a continuación. El principal escollo con el que se encontraron los almugávares aquellos días fue el almirante genovés Andrés Murisco510. Militar de fama reconocida y aliado del imperio, Murisco, o Morisco, se había hecho un lugar de excepción dentro de la armada bizantina, siendo en ese momento uno de los hombres de confianza del emperador511. Al mando de dos naves de guerra que había logrado armar Andrónico, puso rumbo a la isla de Tenedós que se encontraba amenazada por las frecuentes correrías marítimas de la Compañía. No le ocupó mucho tiempo tomar el control de la plaza, a pesar de que hubiese sido un enclave relativamente fácil de defender para sus ocupantes, pero como ya hemos dicho, los aragoneses y catalanes no estaban preparados para la lucha en las ciudades, y sobre todo el escaso número de hombres que se hallaban dentro del castillo les hacía practicamente imposible asegurar su defensa. Antes de que Murisco diese un ultimatum a los del castillo, acudió a entrevistarse con él una representación genovesa, la cual le ofreció su mediación para tomar la ciudad sin derramar sangre. Es muy posible que lo que los mercaderes buscasen fuese hacerse con una posición de ventaja en Tenedós una vez que esta retornase a manos griegas. La isla era un bastión fundamental a la hora de controlar la entrada al mar de Mármara, además de estar situado en medio de las principales rutas comerciales entre Oriente y Occidente. Pero el capitán griego conocía perfectamente la forma de actuar de los genoveses, y de lo cara que solía resultar después la ayuda que prestaban. Así que desechó su ofrecimiento y trató directamente con los sitiados. Les prometió que si renunciaban a cualquier intento de presentar batalla les permitiría abandonar la isla sin daño. Los almugávares no dudaron en aceptar el trato y dejaron Tenedós lo más rápido que pudieron. Esta victoria de los griegos, aún sin ser especialmente relevante en el plano militar, sirvió como revulsivo a la hundida moral bizantina, y la noticia corrió como la pólvora por todos los rincones del imperio, de tal modo que los comentarios se fueron deformando hasta que finalmente se creyó en las calles de Constantinopla que Murisco, no sólo había recuperado Tenedós, sino que también había vencido y expulsado a los almugávares de Galípoli, hecho totalmente falso.512 Pero las alegrías duraban poco para los bizantinos y casi al mismo tiempo, el búlgaro Venceslas, antiguo aliado de los griegos, se alzó en armas contra ellos como respuesta al agravio sufrido cuando la hija de Smitze, uno de los grandes de Bizancio, fue concedida en matrimonio a Eltimir, tío de Venceslas, en lugar de a él. En realidad, su ira no estaba motivada por el simple hecho de la boda, sino porque tras aquel enlace matrimonial el búlgaro veía alejarse toda posibilidad de entrar a formar parte de la corte de Constantinopla. En venganza recorrió con su ejército la Tracia, arrebatándole a su pariente los castillos de Yampole y Larde, lo que no hizo sino empeorar más todavía la penosa situación en la Europa griega. Algún tiempo después, Venceslas se convertirá en un personaje de gran importancia en el futuro de la Compañía. Durante esas semanas una partida de almugávares atacó a la esposa del co-emperador Miguel IX, la cual viajaba protegida por una fuerte escolta por la ruta que lleva de Tesalónica a Constantinopla513. La princesa Rita, que era a su vez hija del rey de Armenia Hethoum II514, no debió recibir daño alguno aunque los griegos se desesperaban cada más más al ver como ni la familia real tenía garantizada la suficiente seguridad como para viajar por su propio imperio. No obstante, no hemos encontrado cual pudo ser la fuente de la que Schulumberger obtuvo esta información. Los graves sucesos que estaban sacudiendo a Bizancio no tardaron en tener importantes consecuencias en su capital, y uno de los principales protagonistas de aquel momento sería el patriarca de la Iglesia ortodoxa, Athanasio I.
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507 Recordemos que Muntaner había afirmado que todos los acompañantes de Roger de Flor en su viaje a esta ciudad, excepto tres de ellos, murieron en la emboscada.
508 PAQUIMERES, J., Georgii Pachymeris De Michaele et Andrónico Palaeologo, libro XII, cap. XXXIII
509 BURNS, R. I., Moors and crusaders in Mediterranean Spain, cap. XVI, II 510 Andriol Morisc para Muntaner. MUNTANER, R., Crónica, cap. 227
511 Para Schulumberger, Murisco era el vestiario de Andrónico, cargo bizantino que antiguamente denominaba al encargado del vestuario de la familia imperial y que en este momento equivalía a ser consejero del emperador. SCHULUMBERGER, G., Expédition des Almugavares ou routiers catalans en Orient, cap. V
512 PAQUIMERES, J., Georgii Pachymeris De Michaele et Andrónico Palaeologo, libro XII, cap. XXXIV
513 SCHULUMBERGER, G., Expédition des Almugavares ou routiers catalans en Orient, cap. V 514 Hay quien cree que en realidad su padre fue el abuelo de Hethoum, León III, y Ernest Marcos dice que Rita, o Rita-María, era hermana de de Hethoum II. MARCOS, E., Almogàvers. La historia, pág. 155

sábado, 15 de agosto de 2009

HISTORIA POR CAPÍTULOS I


ORÍGENES
Después de consultar en diferentes fuentes sobre el origen de este (pueblo), re- sulta bastante complicado encontrar alguna (por no decir imposible) que date con una fecha aproximada, de la aparición o procedencia de este asentamien- to. Diferentes historiadores como por ejemplo Moncada los hacen descender de los Visigodos, de otros pueblos fronterizos que tuvieron que refugiarse en los pirineos durante la invasión musulmana, o probablemente que sean originarios de las tierras pirenaicas, esta última suposición, posible- mente la más acertada.
LOS PROLEGÓMENOS
La Compañía Catalana tuvo su orígen en la situación producida por la firma de la Paz de Caltabellotta entre el rey Federico II de Sicilia y el monarca angevino Carlos II de Ñapóles el 19 agosto de 1302, que ponía fin a la Guerra del Vespro iniciada veinte años antes con la revuelta de las Vísperas Sicilianas y la consi- guíente invasión de la isla mediterránea por Pedro el Grande de Aragón(1282). Los almogávares (catalanes y aragoneses) que habían luchado contra los angevinos al lado del rey Federico necesitaban para sobrevivir económicamente un nuevo campo de batalla y un nue- vo señor. Éste va a encarnarse en la figura del emperador bizantino Andró- nico II Paleólogo (1282-1328) que necesitaba refuerzos para la lucha contra los turcos en Asia menor y llegó a un acuerdo en la primavera de 1303 con Roger de Flor líder de la fuerza Almogávar.
EL LÍDER
Roger de Flor, era hijo de Ricardo de Flor, un halconero al servicio de Federico II Hohestaufen. Ingreso en la orden militar del Temple. Donde fue nombrado hermano sargento de la orden y a lo largo de los años, la orden de los templarios, puso bajo sus ordenes una magnifica nave, él (Halcón) pero cuando la orden perdió San Juan de Acre fue acusado de aprovecharse de la desgracia amasando grandes ganancias, tuvo que huir a Génova y de allí a Sicilia, ofreciendo su servicio y lealtad a Federico II. Federico II no estaba en posición de rechazar su ayuda de nadie, (en guerra con la Santa Sede, por el tratado de Anagni que obligaba al rey de Sicilia la entrega de la isla), y conociendo los antecedentes de Roger y su experiencia tanto marítima comto militar, no dudo en aceptarlo. Armado de varias galeras fue apresando barcos enemigos cargados con suministros, de los cuales repartiría los que eran necesarios, vendiendo el resto para pagar a sus soldados, con esta serie de escaramuzas y apresamientos de barcos enemigos y sus valiosas cargas, fue ampliando su pequeña flota, llegando a dar parte de los beneficios al rey para poder continuar la guerra. Así entraría en contacto con Berenguer de Entenza y otros caballeros aragoneses y cómo no, con los almogávares. Entre Roger de Flor y la hueste almogávar surgió una especial camaradería en la cual, los almogávares llegarían a reconocer en él a un jefe, y Roger vería en la compañía un magnifico cuerpo de ejército con el que poder emprender la mayor de las aventuras.
LA COMPAÑÍA EN CONSTANTINOPLA
Poco tiempo después, Constantinopla vio la llegada de la flota procedente del puerto de Mesina, con la Compañía reunida por Roger de Flor, compuesta de 4000 almogávares, 1500 hombres a caballo y1000 marineros y sus respectivas familias que siempre viajaban con ellos. Después de una turbulenta estancia en la ciudad de Constantinopla (un par de genoveses increparon la tosca y ruda apariencia de un almogávar, este zanjo la discusión por medio de la espada, matando a uno de ellos he hiriendo al otro, esto desencadeno un tumulto que fue alcanzando mayores dimensiones en el cual los soldados de la Corona, sembraron el suelo de Constantinopla con más de 3.000 cuerpos de genoveses) llegaron a las proximidades de la ciudad de Artaki en noviembre de1302, sin perdida de tiempo Roger, ordeno el ataque contra las fuerzas turcas que asediaban la ciudad, los almogávares aunque estuvieran al servicio de Bizancio, desplegaron los estandartes de la casa de Aragón y del Rey de Sicilia "querían que donde llegasen sus armas, llegase también la memoria y autoridad de sus reyes y Porque las armas de Aragón las tenían por invencibles" al grito de ¡Aur!¡Aur! ¡Despena, ferré! Lanzaron su ataque nocturno contra los confiados turcos, aunque unos pocos grupos ofrecieron alguna resistencia, él ejercito turco sucumbió totalmente. Cuando la luz del día iluminó el campo de batalla, Roger de Flor pudo contemplar la magnitud de su primera victoria, 3.000 hombres de a caballo y 10.000 infantes quedaron tendidos en el suelo.
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jueves, 6 de agosto de 2009

Bernardino Gomez Miedes

por somarro:
Del historiador Bernardino Gomez Miedes, obispo de Albarracín, de su libro "LA HISTORIA DEL MUY ALTO E INVENCIBLE REY DON JAIME DE ARAGON PRIMERO DE ESTE NOMBRE LLAMADO EL CONQUISTADOR" escrito en 1584.
Página 223. CAP. VII DE LA ORIGEN Y COSTUMBRES CON EL DIFERENTE MODO DE VESTIR Y PELEAR DE LOS ALMUGAUARES.
Lleuauan un mesmo vestido de ivierno y de verano, que les vestian sobre la camisa, y le ceñian con vna cuerda de esparto bien apretada. Y todo el assi iubon como las calças, greuas, y çapatos hasta el bonete era hecho de pieles gruesas de animales juntamente con su çurronzillo que a penas cabia el pan y vino para mantenimiento de un dia, no lleuauan otras armas que offensivas, como lança, espada y puñal, y los mas vna porrimaça, con las quales salian a pelear, y osauan esperar y hazer rostro, no solo a los esquadrones de a pie, pero aun a los de acauallo. Porque firmando en tierra el cuento de la lança, y refirmando la con el pie derecho, encarauan la punta a los pechos del cauallo, el qual con su mesmo impetu y arremetida se la metia por los pechos, se quedaua en hastado. Y el peon con la destreza de hurtar el cuerpo, se libraua assi de la lança del cauallero como del encuentro del cauallo. De suerte que a su principal exercicio y destreza en el pelear era, mesclar se con la caualleria, y matarlos cauallos para en cayendo el cauallero, ser sobre el, y degollarle, y robarle; y en caso que muerto el cauallero quedasse el cauallo bivo a sus manos, su premio era cogerlo y passar de soldado de apie, a hombre da cauallo; pues tambien havia dellos, como havemos dicho, compañias de acauallo, como d apie; y que en el vno y otro exercicio eran destrissimos, y sobre todo fidelissimos al Rey. Segun lo affirma el historiador Montaner en la historia que escriue del gran Rey don Pedro hijo del Rey, donde hablando de las guerras que tuuo con los Franceses en Sicilia, y se siruio mucho d los almugauares, refiere, como solian dezir los hombres darmas de Francia, que tenian en muy poco a los hombres darmas de España, pero que a los almugauares temian en grande manera.

martes, 4 de agosto de 2009

BIOGRAFÍAS ALMOGÁVARES

por celtibero Karmipoka Alet (o Lehet), Corberán de.- Caballero navarro, senescal de la hueste en la Gran Expedición –y por tanto jefe de la infantería almogávar- hasta 1303, fecha en que murió en una escaramuza junto a la ciudad de Thyria, al ser atravesada su cabeza por una flecha, cuando, tras haber vencido a los turcos, dirigía, a cabeza descubierta, el alcance sobre un monte próximo a la batalla. Fue enterrado, junto con diez caballeros más, en la iglesia de San Jorge de Thyria, donde dice Montaner que también se hallaba enterrado el mismísimo san Jorge.
Jiménez de Arenós (o Arenoso), Gonzalvo.- Ricohombre aragonés en Sicilia. Desempeño el vicariato general en Grecia de doña María de Aragón, reina de Sicilia y Duquesa de Atenas y Neopatria, en 1359 y 1362-63.
Lizana, Rodrigo de.- Ricohombre aragonés; dirige, en 1248 y por iniciativa propia, una algara sobre las tierras de Játiva con los caballeros de su casa y varias banderas de almogávares, consiguiendo gran presa, aunque, según Zurita (III, XLIV), a su regreso de la campaña “… los moros que el alcalde de Játiva tenía en su obediencia y los de Thous, Terrabona y Cárcel, y la caballería de los moros de Játiva, dieron en ellos tan de rebato que les quitaron la presa e hicieron daño en la gente de caballo”
Orós, Pedro de.- Infanzón aragonés que estuvo presente en la batalla de La Falconara y se hizo cargo, como prisionero, del Príncipe de Tarento. Fue a Romania con Roger de Flor, quien le dejo como capitán de Thyria, con 30 caballeros y 100 almogávares, cuando, tras la muerte de Corberán de Lehet, fue a recibir a Berenguer de Rocafort en Ania.
Orós, Martín Pérez de.- Hermano de Pedro de Orós, también estuvo presente en la batalla de La Falconara y fue quien personalmente apreso al Príncipe de Tarento, pero no consta si participó en la Gran Expedición a La Romania. Más tarde fue Castellán de Amposta y murió en Cerdeña..
Jiménez de Arenós, Fernando.- Ricohombre aragonés según Zurita, descendiente de la estirpe creada con Jimeno Pérez de Tarazona, quien llego a ser Lugarteniente General del Rey en Valencia y recibió de Jaime I la baronía de Arenós en ese reino, y su hermano, Pedro Pérez de Tarazona -primero que se hizo llamar Justicia “de Aragón”-. Un Fernando Jiménez de Arenós es citado por Zurita, por primera vez, en las Vistas de Monteagudo, 1291, junto a sus parientes Gonzalo Jiménez y Jimeno Pérez. Acompañó a Roger de Flor en la Gran Expedición, pero por desavenencias con su forma de gobernar la hueste, pasó al servicio de Gauthier de Brienne, Duque de Atenas, después de la batalla del cabo Artacio (Artaki). Asesinado Roger, abandonó al Duque y se reunió con la Compañía en Kallípolis. Formó bando propio frente a Rocafort y tomó por asedio Modico. A la vuelta de Berenguer de Entenza se integró en su bando y cuando éste fue asesinado en las cercanías de Tsalónica por Gisbert de Rocafort, abandonó definitivamente a la Compañía, refugiándose en un castillo romeo cercano. Entró al servicio de Andrónico II Paleólogo y se casó con su nieta Teodora, llegando a ser Megaduque del Imperio.
Ahonés, Fernando de.- Ricohombre aragonés, descendiente de don Pedro de Ahonés -quien llegó a ser Mayordomo del Reino de Aragón y pereció a manos de los hombres de la mesnada del joven Jaime I, por pretender hacer jornada en tierras valencianas, rompiendo las treguas reales acordadas-, se integró en la Gran Expedición desde el primer momento, siendo nombrado Almirante por el Emperador Andrónico y casado con la hija del noble bizantino Raúl Paqueo, pariente de los Paleólogos. Dirigió la Armada de la Expedición, hallándose habitualmente en la isla de Quíos, para la invernada, o en Ania. Murió en la casa constantinopolitana de su suegro cuando la turba enardecida la incendió en las alteraciones que siguieron a la encerrona de Adianópolis. No se hallaba en Gallipoli junto a Berenguer de Entenza puesto que Roger le había encomendado llevar a su esposa María a Constantinopla, con cuatro galeras, mientras el acudía a Adrianópolis para su funesta entrevista con el taimado Miguel.
Gori, Fernando, y Albero, Jimeno de.- Caballeros aragoneses que junto con dos catalanes (Siscar, Guillem, y Pérez de Caldés, Juan), asumieron, bajo la dirección del senescal Rocafort, la defensa de Kallípolis después de que Berenguer de Entenza fuera hecho prisionero por los genoveses. En la batalla que dio lugar a la rotura del asedio, y probablemente también en la de Apros, Fernando Gori portó el estandarte de don Fadrique, rey de Sicilia; y Jimeno de Albero el de San Jorge.
Siscar, Guillém, y Pérez de Caldés, Joan o Guillém.- Caballeros catalanes que junto con dos aragoneses (Gori, Fernando, y Albero, Jimeno de), asumieron, bajo la dirección del senescal Rocafort, la defensa de Kallípolis después de que Berenguer de Entenza fuera hecho prisionero por los genoveses. En la batalla que dio lugar a la rotura del asedio, y probablemente también en la de Apros, Pérez de Caldés portó el estandarte del rey de Aragón. Este mismo Pérez de Caldés se hizo cargo y tomo la dirección de los turcoples que, tras la batalla del Monte Hemos, hicieron defección del Imperio y se pasaron a la Compañía
Tous, Guillém de.- Caballero catalán que porto el estandarte del senescal Rocafort en la batalla que dio lugar a la rotura del cerco de Kallípolis.
Berenguer, el marinero.- Marinero catalán que en la batalla de Apros, hallándose sobre un buen caballo y con lucidas armas, despojos de anteriores victorias, luchó con el cobasileo Miguel, recibiendo el almogávar una cuchillada en el brazo izquierdo, e hiriendo con su maza al romeo en el rostro, después de haber destruido su escudo.
Vergua, García; Pérez de Arbe y Roldán, Pedro.- Adalides almogávares aragoneses que formaban parte del Consejo de los Doce que gobernó la Hueste en Kallípolis cuando el poder era detentado conjuntamente por Rocafort, Arenós y Muntaner. Fueron comisionados por dicho Consejo para pedir a Jaime II que exigiera a Génova la liberación de Berenguer de Entenza. También acudieron a Roma para ofrecerle al Papa el sometimiento de los ortodoxos por medio de la Compañia y a través de Fadrique de Sicilia por renuncia de Jaime II el Justo.
Gómez de Palacín, García.- Caballero aragónes que siguió el bando de Entenza en la gran división de la Compañía, seguramente como lugarteniente suyo. Pudo salvarse de la Celada de Rocafort en Tracia, pero cuando volvía a casa en la galera del infante Fernando de Mallorca y de Muntaner, fue hecho prisionero por los venecianos de Negroponte, Eubea, y entregado, junto a Muntaner, a Thibaut de Cepoy. Este último, para congraciarse con Rocafort cuando negociaba el pase de la Compañía al servicio de su señor, Carlos de Valois, le entregó, como regalo, a ambos prisioneros, Muntaner y Palacín. De inmediato Rocafort ordenó cortarle la cabeza al segundo mientras que el maestre racional y cronista fue liberado por el gran afecto que turcos, turcoples y almogávares le tenían.

lunes, 3 de agosto de 2009

Los almogávares en la conquista de Córdoba

Muñoz y Argote con ardor se lanzan,
y los Almogavares valerosos
á los fieros Muslimes se abalanzan,
á vencer ó morir de sangre ansiosos;
se embisten furibundos y se alcanzan,
se revuelven y lidian animosos, se confunden,
deshacen y atropellan,
y airados se acuchillan y degüellan.
La noche cierra tenebrosa y fria,
y ocultos nuestros héroes
en su velo abandonan luchando la Axarquia,
y siembran de cadáveres el suelo.
Acósalos do quier la turba impía con bárbaro gritar
y ardiente anhelo y cubiertos de sangre
y destrozados en la torre del Sol se ven cercados.
¡Córdoba no es ciudad,
es una tumba!

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lunes, 27 de julio de 2009

el último almogávar, Bernat I de Vilamarí



Caso muy poco conocido de un auténtico almogávar que fue capaz de instalar una base corsaria en una isla a sólo unos pasos de la boca del mismísimo Imperio Otomano, que estaba a punto de lanzarse definitivamente a tomar Constantinopla. Nació en el seno de la poderosa familia catalana de los Vilamarí. Era hijo de Joan Vilamarí i Sagarriga, señor de Boadella en la actual provincia de Girona, y es muy probable que naciera en el castillo familiar de dicha villa. ANTECEDENTES: El rey Alfonso V el Magnánimo (1396–1458) de Aragón, que se caracterizó por realizar una agresiva política naval mediante la concesión de abundantes patentes de corso, encomendó en 1450 a Vilamarí el mando de una expedición al Mediterráneo oriental, aprovechando la caótica situación reinante en la zona ante el imparable avance otomano hacia Constantinopla, para hostigar a los navíos de las potencias marítimas enemigas. Debía además socorrer a los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén asediados por los turcos en la isla de Rodas. Vilamarí navegó por las costas de Asia Menor, Chipre y Rodas, y atacó naves venecianas, genovesas, egipcias y otomanas. En 1450 se apoderó de Kastelorizo (Castellroig en catalán, "castillo rojo"), un islote frente a la costa sur anatolia que sería la posición más oriental de Aragón en el Mediterráneo. Allá instaló una base de operaciones desde la que ejerció un constante corso y piratería durante los cuatro años siguientes, contra barcos de variada procedencia así como contra puertos y costas de Anatolia, Palestina, Siria y el delta del Nilo. Militarmente hablando, los ataques a las costas del Sultanato Mameluco de Egipto se debían a que el Soldán prestaba ayuda a Mehmed II, el mayor enemigo de la Cristiandad por entonces. En uno de estos enfrentamientos, en Damieta, la hueste de Vilamarí obtubo una importante victoria a consecuencia de la cual el Soldán tuvo que firmar un tratado por el que se permitía la libre navegación aragonesa por Egipto. En 1454 Vilamarí fue requerido por Alfonso V y le sustituyó en Castellroig su sobrino Joan de Vilamarí. Razias de Vilamarí desde Castellroig (Kastelorizo). Su siguiente destino fue el Mediterreáneo occidental (1454-1459), donde combatió con éxito a Génova, atacando tanto objetivos militares (como en Córcega) como sus intereses comerciales. En 1454 destruyó prácticamente por completo un convoy de barcos mercantes genoveses en el Tirreno, cerca de Ponza.